El Fanatismo


 

Uno de los períodos históricos más acendradamente estudiados de la historia es la Revolución Francesa, en ella se enarbolaron los principios universales de los derechos del hombre. Tras ella se vieron nacer las revoluciones secundarias de América y la independencia de los Estados Unidos, y tras ella se vio a su vez surgir en Francia al reinado del terror como una de las manifestaciones más aberrantes de la política y de la conducta humana.

Puede decirse que es en este período del terror cuando toma cuerpo una de las manifestaciones más tenaces de la sociedad: el fanatismo.

Uno de los jefes del terror que mejor encarna esta posición de rechazo, de autoritarismo y de represión es Maximiliano Robespierre. Modesto abogado que surge de lo que hoy llamaríamos clase humilde y asciende hasta jefe supremo del poder, vemos en su biografía no un cambio de convicciones sino una transformación de los métodos de hacer llegar hasta los demás su doctrina, su creencia y su pensamiento.

Robespierre, al igual que otros hombres tristemente célebres por su dureza en la conducción de la masas, inicia su primer período de vida pública haciendo manifiesta su gran sensibilidad humana, su apego a la ley a la justicia. Este hombre, bajo cuyo gobierno se llegarían a guillotinar a 30 personas al día había llegado inclusive, en su época juvenil, a rechazar un cargo de juez, ya que tal responsabilidad implicaba la posibilidad de pronunciar una sentencia de muerte.

Este hombre sencillamente pensó que continuaba defendiendo los mismos valores de justicia y equidad cuando aplicaba la ley del Prairial que suprimía la fórmula de juicio ante de las sentencias de muerte.

Afectando una profunda admiración por la obra de Rousseau, Robespierre va a llegar a la conclusión de que tal visión del mundo había que hacerla llegar a todo habitante de la nación por cualquier método así fuese a sangre y fuego, no había posibilidad de verdad fuera de esa visión y por tanto cualquiera que mantuviese una opinión distinta era considerado un opositor del régimen, de la propia evolución humana y de la verdad.

Y medido el hombre bajo la visión de un líder que tiene en sus semejantes a los ejecutores de sus designios. No queda sino la sombra de la muerte y el totalitarismo. Robespierre encarna a sí al primer hombre moderno dispuesto a inmolar la vida de los demás en defensa de sus convicciones, de sus creencias. El punto es, Ācuando esas convicciones pasan de ser simples pensamientos, visiones de la realidad, a ser la verdad bajo la cual debe ser medido cualquiera que no comparta nuestra visión del mundo?, Ācuando se cruza la línea que separa la visión de la defensa acérrima, enérgica y demente de un pensamiento?

Y lamentablemente, el caso de Robespierre en el régimen del terror no es único, sólo el primero de una serie de patentes ejemplos de intolerancia y visión unilateral del mundo. Aún hoy día, vemos numerosos ejemplos de estas posiciones, aún hoy nos hace falta mesar nuestros pensamientos para cuidar que una u otra forma nuestras manos no se vean tintas en sangre de inocentes.

Los hombres necesitan conocer su pasado para saber lo que ha costado conseguir la fe que profesan, para saber las vidas sobre las que se han cimentado las libertades de que se goza, y debemos ese respeto a nuestros ancestros, ese revisar de nuestras conciencias para reafirmar aquello en lo que decimos creer.

Pero siempre debe guardarse lugar para la duda, para la visión alternativa de los procesos en los que estamos involucrados, para saber que desde siempre todo lo que hacemos, todo lo que pensamos es, no sólo perfectible, sino burdas aproximaciones a un conocimiento de la realidad que nos es esquivo y lejano.

 

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